«muertos. Deprendamos por·ende muy dulçes hermanos de confessar para siempre, que el es fijo del padre celeste. y ablandesciendo la dureza de nuestros coraçones: perdonemos nuestras ofensas a·los que nos las fizieron: por respecto y reuerencia de aquel tan piadoso señor, que tan afincadamente rogo al padre, por los que le persiguieron: haziendo (como dize Dauid) hoy hermanos, si oyeredes la voz del señor: no querays endureçer vuestros coraçones,»